Las gotas de lluvia hacían sonar los cristales. La ventana estaba medio abierta, se levantó a cerrarla. Volvió a sentarse en su butaca, la que tenía el tapizado del brazo derecho gastado de apoyar el codo, que normalmente aguantaba el peso de un libro. La chimenea crepitaba alegre, el calor le invadía gustosamente. Esta vez tenía el libro cerrado sobre las piernas. Después de volver a sentarse se había quedado ensimismada mirando el fuego. En cada transformación de las llama veía diferentes cosas. El hipnotizador fuego estimulaba sus pensamientos que aunque estaban perdidos, quedarían para siempre guardados en algún rincón de su memoria. La placidez del momento hizo que los segundos parecieran días. No quería dejar de mirar el fuego, le daba miedo que alejar los ojos de él supusiera perder esa sensación tan cálida, tan única. Pensaba en no dejar de pensar pero a la vez, por un carril rápido de su mente volaban miles de pequeñas reflexiones, profundas y vanas. De su plácido letargo salió de pronto al recordar que había metido en el horno hacía rato un bizcocho. Con el corazón latiendo fuertemente se levantó y llegó a la cocina. El bizcocho se había carbonizado.
El calor del fuego que le había proporcionado tan agradable letargo, le había dejado sin merienda.
Es un buen microrrelato.
ResponderEliminarGracias Thomas! Hazme publicidad que eres un hombre influyente.... ;)
EliminarJiji un abrazo