La niña había nacido sana. Pero todo el mundo se extrañó cuando vieron que del pecho le salía un hilo rojo. Era kilométrico. Conforme crecía, sus padres empleaban horas y horas en tirar de él pero nunca conseguían llegar al otro extremo. Tampoco se podía cortar, era imposible, nadie sabía cómo hacerlo. Empleaban miles de métodos y utensilios pero no, no se podía cortar. Poco a poco a poco los padres empezaron a desistir en sus intentos de deshacerse del hilo rojo. La gente se acostumbró a ver a la niña arrastrando el hilo. Ella no había conocido otra situación en la que no se viera unida a la hebra roja así que vivía tranquilamente, ya se había hecho a ella, no le incomodaba.
La niña iba creciendo, cuando adquirió cierta madurez adulta, buscaba la explicación a su anomalía. No era porque se sintiera rara o diferente, era porque sospechaba que algo importante le estaba reservado. Aquel hilo rojo formaba parte de ella, en cierto modo no concebía su vida sin él.
Un día todo cobró sentido, en solo unos segundos.
Paseaba por un bosque cercano a su casa, en una bolsa de tela que había confeccionado ella misma, llevaba un bastidor. Le gustaba sentarse en un tronco caído cara al sol y pasaba las horas bordando. Le parecía una tarea encantadora y le permitía pensar y filosofar tranquilamente. Aunque nunca empleaba en sus bordados hilo rojo. Uno de esos días, durante una templada tarde al sol bordando notó que el hilo rojo empezaba a ponerse tirante, le estaba incomodando, tuvo que dejar su labor para ponerse de pie. Estaba tirando tanto el hilo rojo que comenzó a andar hacia donde tiraba para aliviar el dolor que comenzaba a sentir. Caminó durante mucho rato por el bosque, se empezó a preocupar, nunca le había pasado tal cosa, tenía que seguir caminando para que el hilo no se tensara y le hiciera daño. De pronto empezó a escuchar unos quejidos. Por el senderó vió que se acercaba una persona a paso bastante ligero. Empezaba a oscurecer y no distinguía bien quien se aproximaba. De pronto el hilo desapareció. La alta figura que había visto aproximarse, de pronto se le echó encima y casi chocan. Frenó justamente frente a ella. De tan cerca, vió que era un chico más o menos de su edad. Él se frotaba con gesto de disgusto el pecho. Cuando ella miró sus grises ojos, supo al momento el porqué de aquel hilo rojo al que siempre había estado atada. Conoció qué había al otro extremo.
Estaban destinados a conocerse desde que nacieron.
WOW!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarThank you Mummy!
EliminarNo te habras inspirado en la panadera de Rincon no? Jaja
ResponderEliminarNo Nat! Qué horror!!!!!!!!!!!
EliminarNo lo entiendo.
ResponderEliminarEs una metáfora. Hay algo que nos une desde que nacemos a aquéllo a lo que estamos predestinados. Es una bobada lo del hilo rojo pero se me ocurrió.
EliminarPero se supone que el hilo rojo estaba también enganchado al tipo, o que se lo había encontrado y estaba tirando de él??
EliminarTambién estaba enganchado a él. Por eso el se " frotaba con gesto de disgusto el pecho".
Eliminar