8 de agosto de 2012

Los protagonistas, ¡nosotros!

   Los lectores de este blog ya conocen mi amor por los libros. Leer clásicos me enriquece, leer sobre la Historia me interesa, leer narrativa me despeja, releer los libros de cuando era pequeña me hace mayor, leer poesía te hace ver lo bonito en todo.
   Siempre soñé con ser la protagonista de un libro, pero pensándolo mejor, no hace falta porque,

   me siento Molly Gibson cuando paseo por el río y sale una garza volando,
   me siento Cosette Fauchelevent cuando paseo por la Taconera,
   me siento como Kiti viviendo en una finca alejada de la ciudad,
   me siento como Lizzie Bennet cuando me cala la lluvia,
   me siento como Marianne Dashwood cuando vislumbro un apuesto caballero,
   me siento como Cati Earnshaw cuando el día está gris y ventoso,
   me siento como Victoria cuando ver una simple flor me llena de alegría,
   un día me sentí como Hester y ya es parte de mí...

   Lo maravilloso no es ser la protagonista, sino sentirte identificada con los bellos personajes que han salido de la tinta, de la imaginación de una persona como nosotros.
   Por eso, podemos ser los protagonistas de los libros que queramos, ¿ no es estupendo?

El museo de las palabras.

   Todo el mundo tiene algo que decir. Cosas interesantes, otras más insignificantes, algunas emocionantes, muchas divertidas, por desgracia otras tristes... Necesitamos comunicarnos. Compartir una preocupación o una alegría, nos alivia el sufrimiento y aumenta la satisfacción respectivamente.
   Aunque claro está que todas las personas tendrán algo que decir siempre. No existe un orden de intervención establecido, por eso, es muy importante, más que hablar, escuchar.
   A todos nos gusta de vez en cuando ser el centro de atención en un grupo contando nuestras vivencias, o llevar las riendas de una conversación; pero, nosotros ya conocemos y hemos escuchado nuestra propia historia. ¿ No es mejor escuchar lo nuevo, lo que los demás tienen que contarnos?
   Esto no quiere decir que seamos momias que no sean capaces de terciar palabra, pero es importante ( y también muy difícil) saber cuándo hablar y cuándo escuchar. Pienso que forma parte de la empatía.
   Es como cuando vas a un museo. En silencio observarás cada cuadro, cada obra de arte esperando ver qué impresión te produce, qué te transmite. Algunas obras nos encantarán simplemente, al primer golpe de vista, otras no nos gustarán pero aún así las habremos observado y las conservaremos, muchas requerirán una atención más paciente para comprender lo que nos quieren transmitir, otras nos hipnotizarán y no podremos dejar de mirarlas sin saber por qué...
    En cierto modo es como si cada persona fuera una obra de arte. ¿ No será genial observarla y descubrir cuál es su significado, qué nos quiere transmitir? ¿No será maravilloso imaginar la labor que cada pincelada, cada color elegido ha dado forma y ha influido sobre el resultado final que tenemos ante nosotros?
   Escuchar las vivencias ajenas es enriquecedor, podemos hacerlas nuestras y saldrán de nuestra memoria en el momento más oportuno.
   En determinados momentos seremos la tabla de salvación de esa persona que necesita desahogarse. Debemos estar receptivos.
   Está claro además que las personas que saben escuchar son muy valoradas, seguramente más que los charlatanes que escupen palabras sin ningún tipo de contención.
   ¿ No es extremadamente atractiva una de esas personas de las que se encuentran envueltas por cierto halo de misterio, de mirada tímida y cautivadora? Aquellas que se nos resisten en nuestro escrutinio de almas y personalidades. Estas figuras son encantadoras y el contador que mide sus intervenciones suele estar bien configurado.
   ¡ Qué bonito es escuchar! Así también sabremos valorar cuando nos escuchen a nosotros.
   La Gioconda tiene cautivado a todo el que la contempla, todos hablan de su enigmática mirada , ¿ no será tal vez que está callada, que parece escucharnos a todos y cada uno?