11 de enero de 2013

Mi canción favorita.

   El bullicio de una casa es encantador. Cada casa tiene el suyo propio, no hay dos iguales. La banda sonora del hogar podríamos decir. Los ruidos, los olores, las voces, la luz. En algunas son como el murmullo del agua, en otras es más atronador, en muchas es sólo un crepitar, en otras seco y frío...
    Envuelve cada hogar e impregna a cada habitante, dejando una huella imborrable en cada uno. Pequeñas cosas conforman tan particular y diferente banda sonora. El ruido seco de la puerta de entrada, el monótono sonido de la campana extractora a la hora de cocinar, las risas de los niños que juegan, las voces emocionadas y altas sentadas a la mesa, la música mezclada con el chocar de los platos, el sordo ruido del pestillo en el piso de arriba, los ronroneos gatunos, cucharillas rozando tazas llenas de té, la canción que anuncia el telediario, los pies atusándose en el felpudo, un grito que llama a comer, el eco de las escaleras que anuncian que alguien baja, el molesto teléfono que turba las siestas, hojas airosas en manos de lectores, sobremesas que hablan con calma, los grillos cantando nanas en verano, las manos que tocan un piano o desgarran una guitarra, sonido de agua, locos pájaros cuyas canciones atraviesan muros, infantiles lloros, tonos alternos masculinos y femeninos... Sonidos apreciables y otros que escapan a nuestros oídos. La banda sonora del hogar, mezclada con los olores y luces propias como alma de una casa. Los sonidos, aunque no todos, los producen sus habitantes, formando parte de la orquesta que toca la canción.
    La canción que marca personalidades, que une, cuya reproducción sólo es posible formando parte de una casa, la que hace que cada vez que queramos escucharla debamos volver, la canción que nos atrae como los cantos de sirena atraían a Ulises. Aunque en éste caso no hay remedio.