23 de octubre de 2012

El bote de galletas.



   Los sueños y aspiraciones son esos botes de galletas de chocolate que de pequeños intentábamos alcanzar en vano. Solían estar en altos armarios o estantes. Queríamos llegar a ellos ansiosos y hambrientos, buscábamos mil maneras para conseguirlo. Las sillas o los hombros de nuestros hermanos nos ayudaban a lograr nuestro objetivo, aunque a veces nos caíamos desde lo alto o el esfuerzo era insuficiente. Cuando conseguíamos llegar a las galletas una no era suficiente y después del atracón abríamos la nevera. Siendo mayores ya llegamos de sobra al bote de galletas.
    Es muy importante tener sueños y aspiraciones, son parte de la esencia de la vida, de vivir. Aunque nunca los alcancemos el hecho de luchar nos hace fuertes. Pero no debemos abandonar ésta lucha. Algunas veces, cuando nos dirigimos a un lugar concreto, nos perdemos por el camino. Es posible que lleguemos tarde pero seguro que habremos hecho algún encantador descubrimiento por el nuevo y largo camino. Ningún paso habrá sido en balde.
    También puede pasar a veces que ante una imponente vista desde lo alto, tras la contemplación desearemos estar allí abajo. Cuando conseguimos alcanzar nuestra aspiración somos felices pero pronto, a pesar de la satisfacción personal, desearemos un nuevo logro o meta. Pero es la vida misma, luchar nos mantiene vivos.
    A veces cuando creemos que hemos logrado nuestro sueño, es posible que se nos arrebate con violencia y dolor. Es difícil no caer en el desánimo ni en el victimismo. Aunque en cierto modo siempre somos pequeños, el bote de galletas siempre estará en el armario, sólo hay que acercar la silla y estirar los brazos.


   Para mi hermano pequeño favorito.

22 de octubre de 2012

El Café del Diván


    Aquél café era el lugar preferido de Teresa. Era un sitio cálido, con una barra de oscura madera nada más entrar a la derecha. En el lado opuesto se encontraba la enorme biblioteca. Estaba compuesta por infinidad de libros de todos los tamaños, colores y contenidos. La condición para entrar en aquel lugar era donar un libro, con una dedicatoria dentro. Así, la biblioteca del café sería de todos, habría algo de cada uno en ella y en eso precisamente, residía su encanto.
   Al fondo del local estaban los sillones para sentarse a leer acompañado de una bebida caliente. Eran sofás mullidos, que aceptaban el peso de tu cuerpo en un cálido abrazo. Eran todos color verde botella y hacían un juego perfecto con la moqueta color salmón. Cubría todo el suelo, amortiguando así los pasos de la gente evitando turbar las lecturas de los clientes. Las paredes estaban empapeladas, así que los sencillos estampados de éstas y las luces indirectas, hacían del café un lugar muy cálido y confortable.
    El lugar más codiciado del café estaba al fondo en una esquina, donde un diván de terciopelo granate con un cojín a juego invitaba a sentarse en soledad, un poco más alejado del gentío.
Para completar esta cálida atmósfera, el aroma del café, del té y del chocolate se mezclaban para deleite de los clientes.
   Teresa encontró el lugar por casualidad. El primer día que topó con él no pudo entrar ya que no llevaba encima ningún libro que donar para la biblioteca.
En cuanto pudo volvió con el libro que debía dejar en la biblioteca del café. El libro que donó fue “ La historia interminable” de Michael Ende. Era un libro que había marcado su infancia. La dedicatoria que escribió decía así: “ Para que cada uno sea protagonista de su propio cuento”.
Desde entonces iba todos los sábados por la tarde al café. Se sentaba allí con un libro y pedía un chocolate caliente. Pasaba así horas y el día que conseguía para ella el diván de terciopelo granate se sentía muy afortunada.Normalmente estaba sola, pero de vez en cuando, cuando le tocaba compartir sillón, acababa por charlar con el compañero de lectura. Eran tertulias muy agradables. Intercambiaban sugerencias literarias, se contaban sus respectivas vidas, debatían sobre el tema que surgiera...
Un sábado Teresa estaba en el café, pero ese día no había podido conseguir el diván para ella. Estaba cómodamente incrustada en los almohadones de uno de los sofás verdes. Aquel día estaba leyendo “ Hijas y esposas” de Elisabeth Gaskell, cuando vio entrar por la puerta a una chica joven, de unos veintiocho años. Su piel era muy blanca, pero de un aspecto muy saludable. Era delgada, con un cuello muy elegante, su pelo era negro y ondulado y lo llevaba recogido en un moño. Iba vestida con mucha sencillez. Era de una belleza limpia y clásica.
    A Teresa le resultaba muy familiar, sintió que la conocía de toda la vida cuando se cruzaron sus miradas y ella le dirigió una tímida sonrisa. La misteriosa extraña parecía que era la primera vez que iba al café, ya que llevaba un viejo libro ricamente encuadernado que depositó en una de las estanterías de la biblioteca del café. Teresa devolvió su atención al libro que tenía en las piernas aunque pasó varios minutos en la misma página.
    La extraña había pedido un té en la barra y se dirigió hacia la zona de los sillones. Para sorpresa de Teresa ocupó el sitio que había a su lado. Nuestra protagonista intentó disimular su turbación e intentó concentrarse en el libro pero en vano, no podía dejar de pensar por qué le resultaba tan familiar aquella chica. Teresa leía y la extraña escribía con su pluma de color amarillo en una libreta de hojas en blanco.
Llevaban así largo rato cuando entró en el local un señor de unos cincuenta años. Era alto, lucía con gesto duro una frondosa barba, que hacía in cómico contraste con sus pronunciadas entradas. Teresa se exaltó al verle y tuvo que contenerse para no correr a darle un abrazo. Sintió que era un viejo conocido al que hacía mucho tiempo que no veía. El señor tenía un buen porte y vestía un traje marrón, elegante pero algo avejentado.
    También era la primera vez que estaba allí ya que depositó un grueso libro en la biblioteca. Después se sentó en una butaca que estaba al lado de Teresa. Cuando se sentó saludó educadamente a Teresa y a la extraña. Abrió por la primera página un libro que había cogido al azar de la biblioteca. Después de largo rato, Teresa no pudo contenerse más y les pregunto a los extraños si era posible que pudiera conocerlos de algo. Ambos coincidieron en la familiar sensación que les había provocado el ver a Teresa, pero no llegaron a descubrir de qué se conocían. Aunque la audacia de Teresa sirvió para que los tres entablaran una amena e interesante conversación.
    Hablaron de tenas banales, de nimiedades, pero también hablaron de temas profundos, de cuestiones existenciales. En algunas cosas diferían unos de otros, en otras coincidían, se creaban debates de lo más interesantes. Después de mucho hablar empezaron a hablar de literatura. Los tres coincidían en su amor por los clásicos. Daban importancia al hecho de conocerlos, por cultura y por forjarse una buena base como lector y crítico.
    Teresa estaba eufórica, ¡ qué a gusto se sentía! No podía explicar lo que pasaba por su mente. Sentía una extraña pero agradabilísima sensación. Parecía como si supiera qué iba a decir cada uno de sus nuevos amigos en cada momento.Después de dos horas de conversación los extraños se fueron, despidiéndose calurosamente de Teresa y agradeciéndole la agradable tarde.
Cuando Teresa se quedó sola repasó mentalmente la tertulia con sus nuevos viejos amigos.Curiosamente no les había preguntado sus nombres, pero pensó que eso no importaba. Quiso quedarse con la sensación que cada uno le había dejado. Él le pareció un hombre extraordinariamente culto. Era algo nervioso y muy apasionado en sus explicaciones. Su ronca voz daba gravedad a todo lo que decía. Teresa pensó que era una persona a la que le había tocado sufrir en la vida, parecía alguien atormentado en busca de un poco de paz. Era un intelectual luchando por la justicia con su intelecto como arma. Ella le pareció una persona muy sencilla, con una moral muy recta y reflexionada. Hacía un encantador empleo de la ironía. También ella era apasionada, pero sus finas maneras transmitían mucha tranquilidad. Creyó ver en ella un espíritu libre, libre de cualquier convención social. Le pareció encantadora.
    Con estas reflexiones sobre ellos, Teresa se preguntó qué pensarían ellos de ella y si comenzarían a ser asiduos del “ Café del Diván”. Estaba ansiosa por volver a estar con ellos y dejó volar la imaginación.
De pronto se acordó de que ambos habían donado ese día sus libros de admisión al café. Ella recordó cómo eran los libros que llevaban y más o menos en qué parte de la biblioteca estaban colocados. Así que se levantó del sillón, encontró sin problemas los dos libros y volvió a su sitio. Apartó la taza vacía del chocolate caliente y los colocó sobre la mesita. Los observó con emoción.
    ¡Qué casualidad! El libro de ella era “Orgullo y Prejuicio”, de Jane Austen, uno de sus libros favoritos. El libro grueso, el de él era “ Crimen y Castigo” de Dostoyevski, otro de la lista de sus libros favoritos.Teresa estaba entusiasmada, ¡ qué bella casualidad! Fue la guinda para acabar de reafirmar su simpatía por ellos. Recordó que los libros donados debían contener una dedicatoria firmada. Así que no le costó mucho decidirse a leerlas.
    La letra de ella era clara, inclinada levemente hacia la derecha. Estaba escrita con pluma. La caligrafía de él era más irregular, las palabras estaban casi apelotonadas, escritas en tinta negra. Las dos dedicatorias decían exactamente lo mismo: “ Para Teresa, mi lectora ideal”. Estaban firmadas. Jane, firmaba ella. Fiódor, había firmado él.
     Teresa sonrió y miró hacia la puerta del café. Ya se acordaba de qué los conocía.



3 de octubre de 2012

Noches.

   La noche es más romántica que el día.
  La oscuridad ejerce un mágico poder de nosotros. ¿Cómo comparar un nocturno paseo y uno diurno? Los amantes no dudarán. De noche se ve más. Los ojos están casi  cegados, pero en su ayuda acuden los demás sentidos para no perder detalle de lo que ocurre a nuestro alrededor. El tacto nos da la seguridad de que nos aferramos a la persona querida, la oscuridad entonces, no da miedo. El oído también contribuye a que nos sintamos cómodos y seguros escuchando tiernas palabras que forman parte de la canción que los grillos cantan. Con el gusto se mezcla el olfato, y parece que saboreemos la fresca humedad nocturna que se mezcla con la fragancia de nuestra compañía. La vista se limita a captar los brillos que emite la mirada del acompañante. El alma ve más en la oscuridad, no hay matices, ni gestos, sólo verdaderas sensaciones.
    La noche es la madre de los sueños que nos envolvieron una vez y que ahora se cumplen. Nos ha guardado nuestros secretos desde que tenemos uso de razón. A veces tiene la generosidad de regalarnos la luna llena, para que así podamos de vez en cuando tener los cinco sentidos activos en la oscuridad. Además la oronda luna creará largas sombras con los árboles que harán de los campos mares llenos de extrañas figuras. Pero lo dicho, no tendremos miedo porque estamos acompañados.
      La oscuridad da intimidad, pasamos inadvertidos. Protege nuestros rubores. Podemos mirar mientras habla a la noche a la persona que nos acompaña, sin temor a que descubra nuestra fascinación por su belleza.
      La oscura noche es testigo, cómplice, bella, siempre fresca, eternamente romántica.